“Tras el eco de
UMBERTO ECO”
El 20 de febrero del 2016, estando leyendo las noticias
matutinas en mi Ipad me sorprendió el anuncio del fallecimiento de Umberto Eco. Un escritor, filósofo
y profesor de semiótica; quien sin duda quedará
inmortalizado en su obra, y seguirá siendo un autor obligado en todas
las academías y las bibliotecas infinitas, sea con o sin el gusto de quienes
las administran.
Sabido es que Umberto Eco tenía tantos admiradores
como detractores; como quiera que no tuvo pelos en la lengua para poner en evidencia
los malos manejos de los medios de comunicación y las grandes empresas
editoriales, ni tampoco los de las mafias de su propio país.
Mas, en este momento de despedida, dejando de lado los
asuntos turbios, a manera de homenaje quisiera enfocarme en, por ejemplo, los
autores que lo influyeron y, a la vez, la influencia que Umberto Eco y su obra
ha ejercido en el mundo literario y en un escritor bastante popular entre la
gente más joven y menos erúdita como lo es Dan Brown. Y es que, al menos me
pasa a mí, sería casi imposible leer alguno de los Best-Sellers de Dan Brown
sin pensar o remitirnos al gran Umberto Eco. Eso para aquellos lectores que
antes de entretenerse leyendo a Brown han tenido –como yo- el raro privilegio
de leer y estudiar un poco novelas como El Nombre de la Rosa y/o El Péndulo de Focault. Y que conste que
antes de que me acusen de snob o pedante, aclaro que a mí también me encanta
entretenerme leyendo al –se me antoja llamarlo así- ‘integrado’ Brown.
Integrado, porque alguna vez, como material de estudio,
tuve que leer un ensayo de Eco llamado Apocalípticos
e Integrados, en el que Eco trataba de establecer una especie de ecuación
perfecta entre lo que él llamó ‘binomio entre la cultura popular (masscult) y la alta cultura (highcult)’. Una ecuación de la que Brown, invento, ha
sabido echar mano para crear sus deliciosos intrínguilis; un poco, imagino, con
el objeto de bajar de sus altos pedestales a autores clásicos o apocalípticos
como Dante Alighieri para ponerlos a nuestros pies; o, dicho de otra manera,
hacerlos accesibles a todos los públicos, a las grandes masas. Una cosa que
algunos erúditos considerarían como una blasfemía, casi igual o peor que la
cometida por los lectores del libro prohibido que tantas muertes ocasionó (el
libro, no los hombres) en la novela El
Nombre de la Rosa.
Jugando con una frase que, pronunciada por Picasso en
la época en que tanto él como Apollineire fueron acusados de robar del Louvre
el cuadro de ‘La Gioconda’, y que ha terminado por convertirse en cliché luego
de que Steve Jobs la usará para referirse a su propia manzana, quiero repetirla
para señalar que, ni más ni menos, eso es lo que a mi modo de ver ha hecho Dan
Brown con la obra de Umberto Eco, “Los
malos artistas copian, los buenos roban”. Jugando, como ellos, sus juegos
de probalidades y coincidencias, lo primero sería darle confirmación a la
regla: Eco era tan grande y bueno que Dan Brown no tuvo ningún reparo, no en
copiarlo, pero si en robarlo –se me ocurre-. Para empezar le usurpa su personalidad,
convirtiendo a su protagonista, Robert Langdon, en el profesor de semi/o/tica/o/logía que en realidad era
Umberto Eco. De ahí, lo que sigue es tratar de comparar los laberintos
borguianos de Eco, con las telarañas de Brown, colmando todo mientras tanto de
símbolos, primordialmente religiosos. Quien que haya leído y releído El Nombre de la Rosa no recuerda el
inteligente laberinto que crea Eco usando como fundamento los planos del
monasterio medieval, donde su inolvidable protagonista, fray Guillermo de
Baskerville, y su díscipulo Adso de Melk, realizan la minuciosa investigación
policial que los conduce a desentrañar una misteriosa trama de asesinatos en
serie.
Ahora bien, para muchos de ustedes, como para mí, hay
cosas, nombres, referencias... que en el momento de la lectura no pasan de
largo, como por ejemplo el apellido Baskerville. Una cosa nimia que no obstante
nos deja entrever cómo también Umberto Eco supo echar mano de muchos de los
autores que colmaban su borguiana ‘Biblioteca
de Babel’ . Y es que precisamente el Sherlock
Holmes de Conan Doyle, fue el detective en el que Eco se inspiró para
regalarle un razonamiento deductivo a su propio protagonista. Y aunque hay
infinidad de citas y coincidencias como estas –fáciles de encontrar en Google-,
por mi propia experiencia creo que sería interesante que alguno de ustedes, un
tanto inspirado con estas líneas, en busca de los ecos de Umberto Eco se den a
la tarea de inventar paralelos y/o binomios entre él uno y el otro. Porque sin
duda los dos: el uno, considerado muy acádemico o ‘highcult’, y el otro, bastante popular o ‘masscult’; aparte de brindarnos sano entretenimiento, también
pueden ayudarnos a ampliar nuestro propio conocimiento y, por qué no, quizás
como a mí, muy a pesar de las apreciaciones de Picasso quien decía odiar los
museos por considerarlos algo así como un ‘antro donde el arte se petrifica’, a
alguno le dé por visitar el Museo del Louvre con el Código Da Vinci en mano; o, quizás, algún otro quiera planear un
viaje en busca de las huellas y la máscara de Dante guiado por la novela Inferno también de Brown; porque
encontrando a Dante: el por siglos inmortalizado autor italiano, de una u otra
manera termináremos por toparnos con el otro grande de Italia: Umberto Eco...
Hace frío en mi scriptorium...
la tumba de Eco lo espera no sé si en la Praga de Kafka o en el Milán de
Umberto... En su honor, parafraséandolo, aquí les dejo este escrito. No sé
exactamente para quién, tampoco sé muy bien de qué se trata... staat rosa pristina nomine, nomina nuda
tenemus...
Carmen Socorro Ariza-O