lunes, 24 de abril de 2023

 

“HISTORIA DE UN SUEÑO CON DOS CARAS”

                                                               

Como en “El Zahir” de Borges mi sueño tenía dos caras. En el Verso, la figura central era una imagen diáfana y esbelta de un árbol en todo su esplendor; con sus fuertes raíces extendidas por doquier, su elegante tronco erguido y sus extremidades abiertas al universo;  al fondo ella: la Naturaleza en pleno… ríos, mares, cascadas, montañas, cordilleras, nevados, desiertos, selvas y… el reino animal, mineral y vegetal minimizados en una ilusión visual tan mística como divina. Como si Leonardo da Vinci se hubiese fusionado con alguno de los maestros de la Dinastía Song, pensé en un instantón.

En el Anverso una imagen geométrica tan multidimensional como la cinta de Möbius, o, por qué no, una creación de Escher, se me ocurrió en su momentum.

 

Sentados frente a frente en el plató estaba él, uno de mis críticos más acerbos y ‘adorables’, y yo, su admiradora de ocasión.

Lilit Pound, a pesar de aparecer en su perfil portando el título de Comunicador Científico, ¡extraño!, tenía ideas, conceptos y preceptos tan rígidos como dogmáticos sobre todo lo divino y humano y, con su graciosa sonrisa y zalamería, casi sin decirlo ni darme la oportunidad de hablar, explícitamente, en su introducción, me acusó de transgresora de las leyes científicas; cosa que, lo admito, en vez de molestarme, me halagó; mucho más de lo que yo misma hubiese querido. (El ego es algo que trato de mantener muy bien controlado, de hecho ella, la verdadera protagonista, había sido llamada La asesina de Egos).

Recuerdo que pensé, «Así que es de esto de lo que se trata» y, saben, se me vino a la cabeza “El Proceso”, de Kafka y, por ende, el de la vida misma de todo ser humano… Nacer culpables para vivir avasallados por un pecado original tan inventado como perverso. ¡Y vaya si de inventos perversos estaba lleno el mundo!

¿Qué castigo me tendrían reservado por haberme atrevido a Ser sin adherirme a nada ni nadie? ¿No era acaso suficiente con el ostracismo que yo misma me había impuesto para no darles el gusto de condenarme en sus redes sociales a esa hoguera  pública que ahora llamaban Cancel Culture?

 

Picada, sorpresivamente me saqué de la manga mi «Tara de la Buena Fortuna» y, zas, la puse a rodar sobre la mesa que nos separaba y, sin ningún rodeo…

—¿A qué apuestas a cara o cruz? ¿A verso o anverso?, le pregunté.

Lilit, fue obvio para mí, se sintió molesto y, extraño, no supo muy bien cómo reaccionar. Le estaba moviendo la silla; mi pregunta lo sacaba de su zona de confort, de su libreto fríamente calculado.

Yo, bien sentada, pensé en las lecciones de mi maestra suprema. De ella había aprendido a ir por la vida sin agenda ni libreto ni, menos, planes trasados con antelación. A decir verdad iba tan libre que, luego de muchas idas y venidas, me había hecho por fin totalmente responsable de mí misma, de mis actos y, sobre todo, de mis palabras creadoras o, simplemente, metáforas. Una lección magistral y formidable.

—No te entiendo, me respondió Lilit y, ¡zas!, puso su mano bruscamente sobre la moneda danzante.

Yo, sonriendo, tomé su mano con dulzura de gata y miré el Zahir: había caído en el Verso;

«lo Real», dije en voz alta y agregué, «la Sinceridad».

—Pero ¿qué dices? ¿De dónde sacas eso?, me preguntó seco.

—Para ser sincera, no entiendo bien por qué o para qué me has invitado a tu plató?

¿Exactamente de qué quieres que hablemos? ¿De mí? ¿De mi labor como escritora? No sé. De mi trabajo no creo. Si uso la palabra labor y no trabajo; es porque te he oído hablar con bastante entusiasmo sobre las nuevas corrientes y, cómo, en las «narrativas que ahora marcan tendencia» el arte de escribir no es ni arte ni, menos, algo que deba ser considerado un trabajo. Así que no tengo ni idea; pero se me ocurre que quizás sea de ella, de la verdadera protagonista, de la que quieres hablar.

—Si quieres que te diga la verdad, yo solo quiero hablar de literatura contigo, me respondió con una mueca patética a la que yo le apliqué el emoticón más viejo de la historia: una sonrisa de diosa Quimbaya que siempre me ha dado paz.

—¡Ah! Todavía mejor, le dije, ¿y qué quieres preguntarme o saber sobre literatura que ya no hayas dado por hecho o preestablecido en tu intro?

—Como comunicador científico me interesa saber qué te llevó a escribir una novela de ciencia ficción tan radical y con tan pocos fundamentos teóricos?

Así nomás me lanzó la pelota directo a la cara, y, saben, me gustó; por fin me acercaba a mi meta.

—Qué buena pregunta, le dije echando mano de las típicas frases cliché entre entrevistador y entrevistado… me faltaba el… At the end of the day… y ¡zas! se lo apliqué justo aquí … At the end of the day….cuando por fin, como todo buen científico, encuentro el espacio y el tiempo para estar sola, y puedo en mi solitud sentarme a pensar y concentrarme en mi cuento, sin que nada ni nadie me perturbe, yo escribo lo que se me antoja y cómo se me antoja. Como ves en este punto mi labor es la misma que la del científico-teórico: sentarme a pensar; pero lo que cambia es el resultado final; aunque los dos usemos las mismas palabras el mensaje es otro, lo admito. Aunque como los científicos locos me encante experimentar cuando escribo; mezclar estilos como ellos mezclan formulas; o inventar tesis, antítesis, hipótesis y, en aras de comprobarlas, o, por qué no, demostrar su falta de veracidad, haga uso de las mismas metáforas; yo soy libre para buscar otros caminos, con o sin salidas ciertas; para crear argumentos tan fantásticos como impensados, o fabricar universos tan invisibles como titilantes; para conjeturar, suponer, falsear, parir personajes monstruosos o angelicales y construir escenarios tan idílicos como impenetrables; y esa libertad, sencillamente, me la da la naturaleza de mi lenguaje de escritora de ficciones. Con mi pluma en la mano y la Sinceridad como lema mi labor es diferente a la del científico cuya búsqueda es la Verdad. Él, para desarrollar su labor, debe aceptar, sin chistar ni pio, la exactitud científica y el rigor de la academia; mientras que yo no.

Si he colocado el Zahir sobre la mesa y lo he echado a rodar es solo porque me ha parecido la manera más gráfica y fácil de explicarte todo lo que creo te atormenta. Si observas con detenimiento y sin prejuicios ni preconceptos las dos caras, quizás logres ver lo que yo veo…

En este punto Lilit trató de cambiar el rumbo de la conversación, pero yo le callé la boca diciendo…

—¡Mira! Fíjate bien, para mí, entre las dos caras de mi Tara de la Buena Fortuna: el Verso y el Anverso; hay un espacio-momentum, un hueco que parece negro pero en realidad es transparente y permite que cuando yo pongo a rodar la moneda… Verso-Anverso; Tesis-Antítesis; Cara-Cruz; Espacio-Tiempo… en fin… las dos caras, dancen sincrónicas y fusionadas. ¿Qué fuerza o poder es ese? ¿Cuál es su función?  ¿Para qué sirve?... Todas esas preguntas y las que se te ocurran, en lo que a mí respecta, se concretan y concentran ahí, en ese hueco negro: un misterio supremo al que yo llamo Literatura. Parte de mi quehacer como escritora ha sido, es y será contemplar la danza sagrada; escuchar la música y traducirla en palabras; dejar así que ella o, vamos a decir, mi Pa-Ma creador, hable a través de mí.  

En lo que a mí concierne, es en esa danza sagrada en la que la Naturaleza se muestra tal y como es: tan simple como compleja; tan sencilla como intrincada; tan libre como interdependiente; tan transgresora como responsable; tan predecible como incierta; tan confiable como rebelde; tan transmutable como perenne; tan flexible como adaptable; tan caótica como ordenada y... sobre todo, tan evolutiva… de ahí la danza sagrada. Mientras que, del otro lado, se encuentra la Ciencia, que en su afán por desvelarle sus más arcanos secretos, no ha tenido ningún reparo en violarla y, de a poco; al paso de sus increíbles logros y soberbios descubrimientos; le ha ido ahogando, asfixiando, deforestando, arrebatando sus espacios y acelerando sus tiempos.

—Te oigo y siento que me estás dando la razón, dijo con fuerza Lilit. A tus razonamientos les falta base científica; son demasiado simples. De hecho tengo aquí una cita tuya que me gustaría leer si me lo permites.

—Adelante, le dije segura y contenta con lo que veía venir…

Entonces Lilit leyó una frase de un ensayo que escribí mucho antes de mi novela y dice…

 

«En aras de encontrar la Verdad, la ciencia se muestra tan rígida que, paradójicamente, para defenderse de sí misma se asfixia dentro de laberintos sellados por el rigor de leyes inamovibles y reglas tan exactas e inexorables que han terminado por hacerse oscuras e inextricables para la gran mayoría».

 

Cuando terminó de leer, acusador me repitió: —Esto me parece una aseveración muy poco confiable viniendo de una escritora que está muy lejos de ser científica.

—Exactamente. Esas son las palabras de una escritora que, dentro del contexto de su ensayo, fueron usadas para hablar de las diferencias entre las dos disciplinas: literatura y ciencia o, para centrarnos en nuestra charla de hoy, entre Sinceridad y Verdad.

Por eso, Lilit, me podrás acusar de todo menos de no haber sido sincera. Yo, como ella, o si lo prefieres, mi Pa-Ma creador; una vez realizado mi experimento literario, decidí seguir las leyes de ella: la verdadera protagonista, y poner, transparente, a buen resguardo el secreto. Como en un juego de espejos, o en un espectro de luces, dejé que la una reflejará a la otra en todo su esplendor y en todo su hermetismo; en toda su magnanimidad y en toda su crueldad; en toda su sabiduría y en todo su azar, casualidad o «serendipity».

Y es quizás esa libertad la que más te asusta a ti, al científico, al stablisment, al tirano y a la Academia. ¡Ella y yo, al ritmo de la Naturaleza, somos subversivas!

 

Mientras yo hablaba, Lilit empezó a desdibujarse, a esfumarse como en un truco cinematográfico, ¿o en un sueño? No obstante su micrófono parecía un dedo acusador señalándome directamente. Yo, ya un poco en trance, continué con mi acto final…

Desgarrando mis vestiduras, le dije,

—Si me acusas de no seguir las reglas de la Academia y demás instituciones por haber preferido ser «autodidacta», ¡MEA CULPA!

Si me acusas de arbitraria por no seguir las reglas ni las normas de la comunidad científica, ¡MEA CULPA!

Porque después de todo, tú en tu búsqueda de diversidad me podrás acusar de todo menos de no haber sido cuidadosa de mis palabras. De todo menos de no ser una con ella; parte y arte de la Naturaleza y la vida misma.

Tú y ellos, los que sean, podrán decir lo que quieran pero, hoy más que nunca, en pleno Climaterio, para mí es un hecho, una verdad, que el hombre en su afán por desvelarle todos sus secretos la ha ido desnaturalizando y, que peor aún, en vez de transcender, él mismo se ha ido deshumanizando y… que… ¡Eureka, Ese nomás es el Secreto, no ningún invento!… Y, zas, diciendo esto me desperté en su cama con Lilit, la gata, en el medio. Feliz volví a gritar ¡Eureka! Tenía por fin la disertación final sobre «Ética y Literatura en la Ciencia» que debía dictar aquel día en la mañana y, ¡Joder!, eso también era parte del ¿Secreto o del Sueño?

                  Alguien no ha vacilado en afirmar que eso ya es instintivo”.

 

Carmen Socorro Ariza-Olarte, Utrecht, febrero 2023, al amanecer del día en que

La Comunidad Internacional celebra a “La Mujer y la Niña en la Ciencia”.

 

 

 


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