“HISTORIA DE UN SUEÑO CON DOS CARAS”
Como en “El Zahir” de Borges
mi sueño tenía dos caras. En el Verso, la figura central era una imagen diáfana
y esbelta de un árbol en todo su esplendor; con sus fuertes raíces extendidas
por doquier, su elegante tronco erguido y sus extremidades abiertas al universo; al fondo ella: la Naturaleza en pleno… ríos,
mares, cascadas, montañas, cordilleras, nevados, desiertos, selvas y… el reino
animal, mineral y vegetal minimizados en una ilusión visual tan mística como
divina. Como si Leonardo da Vinci se hubiese fusionado con alguno de los
maestros de la Dinastía Song, pensé en un instantón.
En el Anverso una imagen
geométrica tan multidimensional como la cinta de Möbius, o, por qué no, una
creación de Escher, se me ocurrió en su momentum.
Sentados frente a frente en el
plató estaba él, uno de mis críticos más acerbos y ‘adorables’, y yo, su
admiradora de ocasión.
Lilit Pound, a pesar de aparecer
en su perfil portando el título de Comunicador Científico, ¡extraño!, tenía ideas,
conceptos y preceptos tan rígidos como dogmáticos sobre todo lo divino y humano
y, con su graciosa sonrisa y zalamería, casi sin decirlo ni darme la oportunidad
de hablar, explícitamente, en su introducción, me acusó de transgresora de las
leyes científicas; cosa que, lo admito, en vez de molestarme, me halagó; mucho
más de lo que yo misma hubiese querido. (El ego es algo que trato de mantener
muy bien controlado, de hecho ella, la verdadera protagonista, había sido
llamada La asesina de Egos).
Recuerdo que pensé, «Así que
es de esto de lo que se trata» y, saben, se me vino a la cabeza “El Proceso”,
de Kafka y, por ende, el de la vida misma de todo ser humano… Nacer culpables
para vivir avasallados por un pecado original tan inventado como perverso. ¡Y
vaya si de inventos perversos estaba lleno el mundo!
¿Qué castigo me tendrían
reservado por haberme atrevido a Ser sin adherirme a nada ni nadie? ¿No era
acaso suficiente con el ostracismo que yo misma me había impuesto para no
darles el gusto de condenarme en sus redes sociales a esa hoguera pública que ahora llamaban Cancel Culture?
Picada, sorpresivamente me
saqué de la manga mi «Tara de la Buena Fortuna» y, zas, la puse a rodar
sobre la mesa que nos separaba y, sin ningún rodeo…
—¿A qué apuestas a cara o
cruz? ¿A verso o anverso?, le pregunté.
Lilit, fue obvio para mí, se
sintió molesto y, extraño, no supo muy bien cómo reaccionar. Le estaba moviendo
la silla; mi pregunta lo sacaba de su zona de confort, de su libreto fríamente
calculado.
Yo, bien sentada, pensé en las
lecciones de mi maestra suprema. De ella había aprendido a ir por la vida sin
agenda ni libreto ni, menos, planes trasados con antelación. A decir verdad iba
tan libre que, luego de muchas idas y venidas, me había hecho por fin
totalmente responsable de mí misma, de mis actos y, sobre todo, de mis palabras
creadoras o, simplemente, metáforas. Una lección magistral y formidable.
—No te entiendo, me respondió
Lilit y, ¡zas!, puso su mano bruscamente sobre la moneda danzante.
Yo, sonriendo, tomé su mano
con dulzura de gata y miré el Zahir: había caído en el Verso;
«lo Real», dije en voz alta y
agregué, «la Sinceridad».
—Pero ¿qué dices? ¿De dónde
sacas eso?, me preguntó seco.
—Para ser sincera, no entiendo
bien por qué o para qué me has invitado a tu plató?
¿Exactamente de qué quieres
que hablemos? ¿De mí? ¿De mi labor como escritora? No sé. De mi trabajo no creo.
Si uso la palabra labor y no trabajo; es porque te he oído hablar con bastante
entusiasmo sobre las nuevas corrientes y, cómo, en las «narrativas que ahora
marcan tendencia» el arte de escribir no es ni arte ni, menos, algo que deba
ser considerado un trabajo. Así que no tengo ni idea; pero se me ocurre que
quizás sea de ella, de la verdadera protagonista, de la que quieres hablar.
—Si quieres que te diga la
verdad, yo solo quiero hablar de literatura contigo, me respondió con una mueca
patética a la que yo le apliqué el emoticón más viejo de la historia: una
sonrisa de diosa Quimbaya que siempre me ha dado paz.
—¡Ah! Todavía mejor, le dije,
¿y qué quieres preguntarme o saber sobre literatura que ya no hayas dado por
hecho o preestablecido en tu intro?
—Como comunicador científico me
interesa saber qué te llevó a escribir una novela de ciencia ficción tan
radical y con tan pocos fundamentos teóricos?
Así nomás me lanzó la pelota
directo a la cara, y, saben, me gustó; por fin me acercaba a mi meta.
—Qué buena pregunta, le dije
echando mano de las típicas frases cliché entre entrevistador y entrevistado…
me faltaba el… At the end of the day… y
¡zas! se lo apliqué justo aquí … At the end of the day….cuando
por fin, como todo buen científico, encuentro el espacio y el tiempo para estar
sola, y puedo en mi solitud sentarme a pensar y concentrarme en mi cuento, sin
que nada ni nadie me perturbe, yo escribo lo que se me antoja y cómo se me
antoja. Como ves en este punto mi labor es la misma que la del científico-teórico:
sentarme a pensar; pero lo que cambia es el resultado final; aunque los dos
usemos las mismas palabras el mensaje es otro, lo admito. Aunque como los
científicos locos me encante experimentar cuando escribo; mezclar estilos como
ellos mezclan formulas; o inventar tesis, antítesis, hipótesis y, en aras de
comprobarlas, o, por qué no, demostrar su falta de veracidad, haga uso de las
mismas metáforas; yo soy libre para buscar otros caminos, con o sin salidas
ciertas; para crear argumentos tan fantásticos como impensados, o fabricar
universos tan invisibles como titilantes; para conjeturar, suponer, falsear, parir
personajes monstruosos o angelicales y construir escenarios tan idílicos como impenetrables;
y esa libertad, sencillamente, me la da la naturaleza de mi lenguaje de
escritora de ficciones. Con mi pluma en la mano y la Sinceridad como lema mi
labor es diferente a la del científico cuya búsqueda es la Verdad. Él, para
desarrollar su labor, debe aceptar, sin chistar ni pio, la exactitud científica
y el rigor de la academia; mientras que yo no.
Si he colocado el Zahir sobre
la mesa y lo he echado a rodar es solo porque me ha parecido la manera más
gráfica y fácil de explicarte todo lo que creo te atormenta. Si observas con detenimiento
y sin prejuicios ni preconceptos las dos caras, quizás logres ver lo que yo veo…
En este punto Lilit trató de
cambiar el rumbo de la conversación, pero yo le callé la boca diciendo…
—¡Mira! Fíjate bien, para mí,
entre las dos caras de mi Tara de la Buena Fortuna: el Verso y el
Anverso; hay un espacio-momentum, un hueco que parece negro pero en
realidad es transparente y permite que cuando yo pongo a rodar la moneda…
Verso-Anverso; Tesis-Antítesis; Cara-Cruz; Espacio-Tiempo… en fin… las dos
caras, dancen sincrónicas y fusionadas. ¿Qué fuerza o poder es ese? ¿Cuál es su
función? ¿Para qué sirve?... Todas esas
preguntas y las que se te ocurran, en lo que a mí respecta, se concretan y
concentran ahí, en ese hueco negro: un misterio supremo al que yo llamo
Literatura. Parte de mi quehacer como escritora ha sido, es y será contemplar
la danza sagrada; escuchar la música y traducirla en palabras; dejar así que
ella o, vamos a decir, mi Pa-Ma creador, hable a través de mí.
En lo que a mí concierne, es
en esa danza sagrada en la que la Naturaleza se muestra tal y como es: tan
simple como compleja; tan sencilla como intrincada; tan libre como interdependiente;
tan transgresora como responsable; tan predecible como incierta; tan confiable
como rebelde; tan transmutable como perenne; tan flexible como adaptable; tan caótica
como ordenada y... sobre todo, tan evolutiva… de ahí la danza sagrada. Mientras
que, del otro lado, se encuentra la Ciencia, que en su afán por desvelarle sus
más arcanos secretos, no ha tenido ningún reparo en violarla y, de a poco; al
paso de sus increíbles logros y soberbios descubrimientos; le ha ido ahogando,
asfixiando, deforestando, arrebatando sus espacios y acelerando sus tiempos.
—Te oigo y siento que me estás
dando la razón, dijo con fuerza Lilit. A tus razonamientos les falta base
científica; son demasiado simples. De hecho tengo aquí una cita tuya que me
gustaría leer si me lo permites.
—Adelante, le dije segura y
contenta con lo que veía venir…
Entonces Lilit leyó una frase
de un ensayo que escribí mucho antes de mi novela y dice…
«En aras de encontrar la
Verdad, la ciencia se muestra tan rígida que, paradójicamente, para defenderse
de sí misma se asfixia dentro de laberintos sellados por el rigor de leyes
inamovibles y reglas tan exactas e inexorables que han terminado por hacerse
oscuras e inextricables para la gran mayoría».
Cuando terminó de leer, acusador
me repitió: —Esto me parece una aseveración muy poco confiable viniendo de una
escritora que está muy lejos de ser científica.
—Exactamente. Esas son las
palabras de una escritora que, dentro del contexto de su ensayo, fueron usadas
para hablar de las diferencias entre las dos disciplinas: literatura y ciencia
o, para centrarnos en nuestra charla de hoy, entre Sinceridad y Verdad.
Por eso, Lilit, me podrás
acusar de todo menos de no haber sido sincera. Yo, como ella, o si lo
prefieres, mi Pa-Ma creador; una vez
realizado mi experimento literario, decidí seguir las leyes de ella: la
verdadera protagonista, y poner, transparente, a buen resguardo el secreto.
Como en un juego de espejos, o en un espectro de luces, dejé que la una reflejará
a la otra en todo su esplendor y en todo su hermetismo; en toda su magnanimidad
y en toda su crueldad; en toda su sabiduría y en todo su azar, casualidad o «serendipity».
Y es quizás esa libertad la
que más te asusta a ti, al científico, al stablisment, al tirano y a la
Academia. ¡Ella y yo, al ritmo de la Naturaleza, somos subversivas!
Mientras yo hablaba, Lilit
empezó a desdibujarse, a esfumarse como en un truco cinematográfico, ¿o en un
sueño? No obstante su micrófono parecía un dedo acusador señalándome
directamente. Yo, ya un poco en trance, continué con mi acto final…
Desgarrando mis vestiduras, le
dije,
—Si me acusas de no seguir las
reglas de la Academia y demás instituciones por haber preferido ser «autodidacta»,
¡MEA CULPA!
Si me acusas de arbitraria por
no seguir las reglas ni las normas de la comunidad científica, ¡MEA CULPA!
Porque después de todo, tú en
tu búsqueda de diversidad me podrás acusar de todo menos de no haber sido cuidadosa
de mis palabras. De todo menos de no ser una con ella; parte y arte de la
Naturaleza y la vida misma.
Tú y ellos, los que sean,
podrán decir lo que quieran pero, hoy más que nunca, en pleno Climaterio, para
mí es un hecho, una verdad, que el hombre en su afán por desvelarle todos sus
secretos la ha ido desnaturalizando y, que peor aún, en vez de transcender, él
mismo se ha ido deshumanizando y… que… ¡Eureka, Ese nomás es el Secreto, no
ningún invento!… Y, zas, diciendo esto me desperté en su cama con Lilit, la
gata, en el medio. Feliz volví a gritar ¡Eureka! Tenía por fin la disertación
final sobre «Ética y Literatura en la Ciencia» que debía dictar aquel día en la
mañana y, ¡Joder!, eso también era parte del ¿Secreto o del Sueño?
“Alguien no ha vacilado en
afirmar que eso ya es instintivo”.
Carmen Socorro Ariza-Olarte,
Utrecht, febrero 2023, al amanecer del día en que
La Comunidad Internacional
celebra a “La Mujer y la Niña en la Ciencia”.